lunes, 31 de octubre de 2011

I t A i n ' t O v e r ' T i l l I t' s O v e r

Exacto. Nada se acaba hasta que se acaba, ya lo decía el señor Kravitz en su canción.
Se acabó oficialmente un 16 de agosto. Muerto desde julio. En coma desde el año pasado. Ha sido un año de vaivenes, de "quiero y no puedo", de intentar reanimar lo que permanecía enchufado a una máquina (llámese miedo, cariño, rutina o whatever).
Y lo peor, ganas de gritar y de echar a correr, porque hasta el último momento no supe como afrontar aquello, como hacer ver que no quedaba nada de aquel primer año perfecto, de los viajes, de las tardes de café y pasteles... Que no quedaba nada de Nueva York ni las luces se reflejaban ya en las retinas. Que habíamos prolongado durante 76 meses lo que sabíamos que no iba a llegar a nada, porque el compromiso y las responsabilidades nunca entraron en su diccionario. Porque se negó en rotundo a darme espacio en su vida, en su casa... a comprarnos la nuestra, cuando se lo propuse, bajo la excusa de la atadura. Qué mal suena dicho así... Qué pena.
Recibí un email "precioso" en el que, prácticamente me acusaba de ser cobarde, una miedica, depender de mis padres y unas cuantas lindezas más. Le respondí un mes después, cuando le había dejado y se había enfriado el asunto. Copio y pego, porque me parece que refleja bien aquella situación insostenible.

Si no recuerdo mal, hubo una carta que me resultó bastante ofensiva y que deje sin contestar para no hacerlo en caliente. Ahora, o más bien ayer, es cuando se ha enfriado el asunto.

Cuando ayer mi madre malinterpretó lo que le contaste y me dijo que te ibas, fue como cuando te llevas un guantazo y no sabes de dónde te ha venido. Por eso al llamarte me puse así. Sentí alivio. Mi reacción me sorprendió a mi misma y me dio que pensar, pero tranquilo, que no me pondré lastimosa. Mis pensamientos quedan para mí.

Sé que te he hecho daño con mi comportamiento y mis decisiones. Ya van dos veces que he tomado a la ligera un asunto nada trivial y he abandonado la relación. Es lo que pasa cuando no te queda autoestima. Si te pones y analizas, las dos veces son completamente iguales: tú sigues en tu mundo, yo me siento un cero a la izquierda pero encuentro algún apoyo (compañeros de trabajo las dos veces), tú te enfadas porque mi comportamiento contigo cambia, yo me canso y mando todo a la mierda.

Siempre te he dicho que los dos tenemos nuestros fallos y nuestra parte de culpa en cada discusión. Tú eres más tranquilo. Yo me muevo por impulsos. Por más que he intentado explicártelo y decirte qué quiero de ti, tú has seguido respondiendo igual. Ojo, que con esto no quiero decir que quería que cambiases tu forma de ser. No. Simplemente que fueras conmigo como yo era contigo. Tienes la dichosa costumbre de querer quedar bien con todo el mundo, de dar importancia a los que vienen de fuera, ser un buen anfitrión y aún mejor persona y amigo. Cuando haces eso descuidas a los cercanos, a los que te quieren y a los que están siempre. Y no solo me refiero a mí misma. Así, he visto como me anteponías a otros, como las preferencias de otros han venido antes que mis NECESIDADES, como sus necesidades/caprichos han estado por delante de mí… excepto cuando te has encontrado solo. Eso quema y duele. Yo jamás antepuse a nadie a ti. Siempre he ido, siempre te he buscado, siempre he estado… para dar más la tabarra o menos, pero he estado. Estuviste por delante de los míos, aunque tú digas lo contrario, y pasé mis años de carrera, esos en los que debía de haber hecho amigos, contigo y los tuyos. De hecho, esto último te sirvió en más de una ocasión para echarme en cara que no tuviera amigos, que fuera una arisca y una criticona. No te lo niego, pero tampoco soy tan mala. Eso también me dolió. Si hemos discutido, siempre he dado el paso yo, ¿por qué tú te esperaste dos semanas? ¿Tan poco te importaba? ¿Tan bien estabas sin que nadie te regañara por levantarte o acostarte a las tantas?

Son tantas cosas… Yo quería que tu también vinieras a buscarme sin yo tener que llamarte, que me dijeras “vente, que estoy en casa” en vez de ser yo la que dijera “¿Estás en la casa? Voy para allá”. Eso me hacía sentirme mal, porque a veces tenía la sensación de que te estaba forzando a vestirte o salir o hacer lo que yo quisiera, cuando en realidad no era esa mi intención.

No pretendo que esto sea un reproche, solo que intentes comprender cómo me he sentido durante mucho tiempo… y tú me dices que me entiendes ahora, porque te encuentras más solo. Yo también te echo de menos. Ahora, en frío, te puedo decir más cosas que si te hubiera respondido inmediatamente.

Por mi parte, con mis aciertos y mis errores, tengo la conciencia más o menos tranquila. Crucé el charco por ti, nos hemos pegado horas de biblioteca juntos, te ayudé a limpiar y organizar tu piso del centro, me fui a vivir contigo, he sacado horas de donde no las he tenido para pasar un rato contigo… dime, ¿cuándo no he estado? Y tú, me escribes una carta y basas tu argumentación en que ya no estoy, y que mi familia y el trabajo me absorbe… Lo entendí a ratos. Dejé de estar cuando me di cuenta de que, aunque trabajara las 24 horas del día, no ibas a hacer mucho más esfuerzo que el necesario por mí. Cuando pasaban los días y no sabía de ti, Opté por dejar de llamarte. Dejé de estar cuando veía que, una semana tras otra, dedicabas MI ÚNICO día de descanso a dormir y yo te despertaba a las 10 de la noche desesperada. Entiendo que trabajas los fines de semana, pero si yo entre la semana hago un esfuerzo ¿por qué tú no puedes hacerlo un día? Y dejé de estar, también, cuando me di cuenta de que no puedes quedar mal con nadie. Es mejor ser guay y no soltar un par de frescas, antes que no cumplir tus promesas conmigo y hacerme sentir imbécil. Sí, me refiero a la puñetera Elisa.

Ahora, todo esto que te digo, tengo que pararme a pensarlo para recordarlo porque, en realidad, el cerebro humano tiende a borrar lo que duele y se queda con lo bueno. Y eso pasa, que echo de menos todo lo bueno. Me jodió profundamente que quitaras FB, que te quitaras de en medio, que desaparecieras. Me dolió (y me duele) no saber de ti. Sé que estás aquí porque paso cien veces por delante de la tienda (no me queda más remedio) y te veo. Luego me quedé con la sensación de haberme largado cuando en verdad me necesitabas, porque estabas más solo… mil cosas. No creas que eres tú solo quien lo pasa mal. Yo solamente estaba cansada de discutir, de estar enfadada, de mirar todo el tiempo el teléfono, de hacer las cosas corriendo para tener tiempo para IR (pocas veces para que tu VINIERAS). No estaba siendo feliz y tenía que poner mis sentimientos en orden y, para eso, necesitaba estar sola.

Estos eran y son mis argumentos. Entiéndelos, valóralos o tíralos a la papelera de reciclaje. Haz lo que quieras.

En cuanto a tu “parrafada”, como le decías, un par de cosas:

- No fui a Marbella solo porque necesitara unas vacaciones. Para eso podría habérmelas tomado en agosto, cuando no había nada de trabajo. Necesitaba unas vacaciones contigo. Sin embargo, no pudieron ser más frías y no solo mía es la culpa.

- Mi padre, te gustara o no, es mi jefe. Ahora tengo que callarme, pero más adelante las cosas serán muy distintas si todo sale como tiene que salir. En cuanto a mi madre, esa con la que últimamente me saco los ojos todos los días, no tiene con mi padre la relación que tienen los tuyos. Mi madre está sola, porque no puede contar con su marido para nada. Es una pena, pero es así. Es mi madre y estaré ahí para hablar de lo que necesite todos los días.

- El trabajo he aprendido a tomármelo de otra manera. Quiero acabar mi curso e intentar buscarme la vida por ahí. Creo que no te digo nada nuevo.

- Independencia. Llegará, en cuanto tenga ahorrado el dinero necesario. Cuando en Marbella me dijiste de vivir juntos me hizo mucha ilusión. Mira por donde van las cosas ahora…

En fin, seguro que se me quedan muchas cosas por decirte… me acordaré cuando ya no pueda decírtelas.

Besos,

Silvia.